A es una bonita letra. No sé por qué siempre empiezo
hablando con la A cuando realmente no siempre es necesario. Hay muchas otras
letras bonitas, como la L o talvez la W, aunque realmente no uso mucho la W,
tenía un amigo que se llamaba Walter pero para otra cosa no la usaba. Bueno,
hoy en día tengo inglés en el instituto y también un celular así que, reconozco
que si la uso, “¿What`s your name?” “Pásame tu Whatsspp” “Quiero un
sándwich” No nos olvidemos de la comida,
no.
Creo que a veces menospreciamos las letras. Cada una de
ellas tiene su fuerza propia y nos recuerda algo personal, no sé ustedes pero
si pienso en la R sale a mi cabeza instantáneamente la película del ratón que
cocinaba, Ratatouille, y si me dicen la H pienso en los arcos de rugby en los
que mi primo solía pasar horas jugando. Podría seguir interminablemente
relacionando letras con recuerdos, pero ninguno de ellos realmente vale la
pena. Cuando eres chico, piensas que el mundo es gigante, demasiado grande, lo
suficiente para aplastarte, y eso lo mantienes toda tu vida, la diferencia es
que un niño tiene valor, tendrá miedo si, pero no se desmorona, no pierde la
fe. Me considero una niña que se convirtió en adulto prematuramente. Preocupándome por cosas sin sentido y
olvidando aquellas que valen la pena.
Naturalmente era distinta a las chicas de mi edad, no en los
aspectos superficiales, claro que quise una Barbie mariposa, tuve mi época
rosa, y mis sueños con príncipes y no me arrepiento de ello. Pero siempre hubo
un pero atormentador. Cuando tenía cuatro años, descubrí por cuenta propia que
Papa Noel no existía, y también que los bebes no los traía la cigüeña de
París… Supe las cosas que quería en la
vida, y también las que no.
A los siete empecé a entender el mundo de los adultos, su manera
de manejarse en el, la forma en la que hablaban, descubrí que la literatura me
parecía majestuosa, aunque desde ya que no viviría de ella, pues en mí no había
talento alguno en la escritura, lo tomaba más como un arte digno de contemplar.
Entendí que amaba manchar las páginas de colores y formas, las personas al ver
mis dibujos me decían que para eso había nacido, para ser una pintora, y en el
fondo yo también deseaba que esa fuese mi suerte, pero al igual que con la
escritura, la pintura se me daba pero no lo veía como algo que haría para el
resto de mi vida.
Y finalmente a los ocho años, mientras hacíamos zapping un
sábado por la noche en casa, un sentimiento nuevo nació en mí. Me pregunte a mí
misma varias veces y la respuesta siempre fue la misma, que arte mayor el de
capturar momentos, como fotografías viejas en movimiento para toda la
eternidad…
Había descubierto lo que me apasionaba, lo que quería hacer
por el resto de mi vida, pero vale, solo tenía ocho años y todo sonaba excitante
y nuevo, empecé con el cine en blanco y negro, sorprendentemente tenía muchos
casets en casa de mis abuelos, y pronto mi gusto se fue agudizando, y las películas
de Barbie o la Sirenita ya no me llamaban la atención, vale jamás me llamaban la atención, pero ahora tenía un sentido crítico para defender mi argumento que en otro momento ta vez no lo hubiera tenido, había descubierto un
mundo nuevo, al igual que con la literatura y la pintura, el cine se había
vuelto mi medio de expresión, lo que reflejaba me hacía sentir identificada y
eso me gustaba.
Y es el día de hoy que me maravillo una y mil veces, y mi gran sueño es dejar una marca tan grande y profunda en el corazón de alguien, tal como lo hicieron con el mio, romperle el corazón, hacerle reír, hacerle llorar, mostrarle todo...
Se que como todo, desapareceré al igual que todo lo que hice, pero por el momento, me conformo con ser solo yo. Y soñar como solo yo lo hago.
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